Si enumerase todas las criaturillas (no humanas, se entiende) con las que me cruzo con relativa frecuencia, cualquiera pensaría que vivo en un parque natural.
Cuervos, grajos, hurones, ratas, ratones, culebrillas, milanos, jabalíes, garzas, patos salvajes, gansos, ardillas, mirlos, carpas, caballos, ovejas, vacas, burros, ranas, mariposas, ciempiés, escarabajos, caracoles, perros, gatos...
Al encontrarme con muchos de ellos, suele producirse un momento, cuestión de breves segundos, que resultaría perfecto para sacarles una foto, pero para cuando termino de encender y ajustar la cámara, ya han levantado el vuelo, se han dado la vuelta o han salido corriendo. Al principio resultaba sumamente frustrante. ¿Por qué otros consiguen capturar el momento y yo no? ¿Cómo lo hacen?
Podría haber tirado la toalla, y sin embargo, a pesar de que tengo un lápiz de memoria lleno de instantáneas borrosas, desenfocadas o directamente sin indicios de que allí hubiese habido un bicho 3 décimas de segundo antes, cada vez soy más rápida en mis movimientos, y sé que llegará un momento en el que consiga LA FOTO.
Con la mayoría de las situaciones importantes de mi vida me ha sucedido algo parecido: cuando termino de mentalizarme, prepararme y decidirme, casi siempre ha sido demasiado tarde. ¿Cómo consiguen los demás acertar con sus elecciones con aparente facilidad? ¿Por qué ellos sí pueden hacerlo y yo no?
Por eso, como con la cámara, también estoy aprendiendo a decidir y a actuar con rapidez, porque, aunque de momento continúe llegando a destiempo, perdiéndome un montón de oportunidades buenas e interesantes, sé que tarde o temprano seré lo suficientemente hábil y ágil para enfocar con nitidez a la avispa antes de que levante el vuelo.
Ya te pillaré...